Ojos al cielo
Recuerdo cómo de pequeña mis padres nos alejaban de la ciudad para hacernos respirar el aire puro de la naturaleza. No era un alejamiento compulsivo, no era un alejamiento extravagante, no era, para nada, un alejamiento insignificante. Tomando la autopista sur, a siete minutos del centro llegábamos a un descampado. El cielo allí tenía color celeste. Mamá decía que Dios tiene ojos color de cielo. Entonces, para mí, en la ciudad Dios tendría ojos grises, en el campo Dios tendría ojos celestes… de allí su afirmación cuando las nubes goteaban: Dios también llora. A veces, y como recuerdos efímeros vienen a mi mente las palabras de mamá; y de forma inevitable me encuentro elevando la mirada al cielo, mirando fijo a los ojos de Dios y pidiéndole, en silencio, una explicación sensata. Por supuesto, no me responde. No por ello voy a dejar de preguntar. Como una ausencia tal vez, como una necesidad… una carencia de lo supremo, de lo sobrenatural, como unas ganas de volver el tiempo atrás, y ten...