Pecado Original
Día 1: El día más difícil, creo yo.
Dice que me ama pero que no podemos seguir porque nos hacemos mal. Me da ataque de furia, sospecho que no soporto que me dejen. Sobre todo, si una noche antes estuvo durmiendo en mis brazos repitiéndome cuánto me ama y cuánto le gustaría estar así para siempre. “Para siempre”… que falsa es esa frase. Me pregunto ¿de dónde sale todo este sentimiento? Es posible que la mente me esté haciendo una trampa. Una persona no debería sentirse morir sólo porque termina una relación. Mucho menos, debe desearlo. Y lo deseo.
Día 2: Al suelo.
Discutimos. De nuevo. Discutimos una y otra vez. Grito. Llora. Una sucesión de actos que se reitera hace ya un tiempo bastante largo. Le hablo de esperanzas, de ilusiones… todas ellas gastadas, agotadas: casi muertas. Me mira y no dice nada, pero puedo leer sus pensamientos: “no puedo creer que ame a alguien así”. A veces sobran las palabras.
Día 3: Idas y vueltas.
Seguimos en un entramado de sensaciones que por momentos me obligan a odiar y otros a amar. No sé qué es lo que estará por venir. Tampoco es que creo que sea lo que sea lo que está por venir vaya a venir rápido. Estas idas y vueltas llevan más de dos años. Es un riesgo amar tan intensamente. Más bien, es una condena. Amar así significa que tarde o temprano se sufrirá en la misma intensidad. Por ahora, prefiero dormir con esta extraña sensación de que alguien en el mundo también me está pensando. O no.
Día 4: El llanto desconsolado.
No quiero llorar. Pero las lágrimas brotan y no las domino. A veces pienso que lloro porque sí. Estuve de pie. Fuerte. Enfrentando el día como cualquier ser humano. Pero en un momento determinado surgen palabras que me derriban. Y caigo, al piso. Me desmorono y no entiendo. Yo soy fuerte, pienso. Pero no me puedo levantar. Quisiera volver el tiempo atrás. No sé para qué existe el amor. Tal vez no exista, y es un ideal inalcanzable y por eso tarde o temprano terminamos llorando como niños. No soporto esta angustia en el pecho. Me miro en el espejo, y hay un infierno en mis ojos. ¿Cómo puede decir “te amo pero no puedo estar con vos”? No entiendo cómo puede. Cualquier persona normal lucha por lo que ama. No al contrario, no lo deja escapar.
Día 5: La decisión.
Caí, como siempre, en la desesperación. Me dejé llevar por los impulsos y la irresponsabilidad se adueñó de mis actos. Poner en riesgo la vida no es un acto menor. Pero tengo mis momentos de lucidez. A veces todo el torbellino frena. Y casi como un imposible, salgo y me miro. Y me doy pena. Eso de amar no es saludable. Me pregunto entonces, ¿por qué esa necesidad innata del ser humano de buscar otro ser humano que lo quiera tanto o más que lo que él lo quiere? ¿Por qué?. Sospecho que ese es realmente el Pecado Original. Cuando Eva incitó a Adán a morder una manzana, la mancha que iba a perdurar en la historia es la del amor. Ya nunca más dos personas iban a compartir sus vidas sin tener un sufrimiento, una pena, un malestar. Y este Pecado sería la marca que, igual que aquella astuta serpiente, parece ofrecer libertad, paz, felicidad. Pero en realidad lo que vendría serían penumbras. El amor, para mí, es eso. Un disfraz. En mi caso en particular, ya mordí la manzana. Ya me sentí feliz. Desafié a mi Dios y le grité a los cielos: yo hago lo que quiero. El no respondió. Por supuesto que no respondió. Ahora que llegaron las penumbras me da su respuesta. No sólo la serpiente sabe ser astuta.
Día 6: Los Cielos
Dicen los libros sagrados que siguiendo una estrella se llega a conocer al Redentor. Aquel que, en un misterioso acto de amor, entrega su vida, purifica nuestros pecados y salva nuestras almas. Como todo en la vida, una pista no es suficiente. El cielo está lleno de estrellas.
Día 7: El Alivio
Imagen y semejanza. Ya me agoté. El cansancio se hizo dueño de mi cuerpo y de mi espíritu. Llega entonces el día sagrado. El día del descanso. Aún soy consciente y sé que mañana comienza el rutinario sufrimiento. Miro mi almohada. Sé que ella conoce de mis sueños mejor que yo. Y a ella voy. Mañana será piel viva el pecado original, mañana como todos los días.
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