Personas...

Existen distintos tipos de personas. Están esas personas que nos acompañan desde que nacemos, desde la primera vez que vemos la luz. Estas personas nos enseñan a ser y hacer, y guían nuestro crecimiento y nuestra maduración.
Están esas personas que llegan como un regalo sorpresa, que sin ningún motivo aparecen con una sonrisa en sus labios y nos alegran tanto la vida como si las hubiéramos estado esperando desde siempre y para siempre.
Están también esas personas que duelen. Que duele nombrarlas, que duele su llegada, que duele todavía más la partida. Que duelen por todos lados. Que dicen y crean cicatrices en nosotros. Algunas cicatrices no se van nunca, las llevamos marcadas en el corazón como llevamos marcada la cicatriz de una caída innecesaria de la bicicleta nueva que durante nuestra infancia nos significó la libertad en términos ambiguos. Tal vez esto suceda a modo de lección, porque la libertad significa, de un modo u otro, algún tipo de dolor.
Están esas personas que nos aman como si fuéramos el único ser vivo de la tierra.
Aquí debería detenerse la vida. O arrancar una nueva. Una historia increíble de amor cuyo final sea “y vivieron felices para siempre”. No sé… algo un poco más genial que la cruda realidad de la existencia de alguien que nos ama y así. Tan pura, intensa y apasionadamente.
Pero no. Resulta que esa persona que nos ama con todo su corazón y toda la pasión de su alma, nosotros –por mi- no. Y cometemos el error radical e irreversible de alejarnos, cuando en realidad el amor nunca hace mal. A veces pienso que sería completamente feliz si no me hubiera arriesgado a creer que su amor no era suficiente. Su amor alcanzaba, sobraba. Su amor lo podía con todo. Y yo me fui como una idiota detrás del primer impulso, detrás de una persona dolor. Las personas amor merecen la felicidad en nombre de sus sentimientos tan nobles. Se merecen todo.
Aparece en nuestras vidas un tipo de personas que, para mí, son mis favoritas para reír: las personas puentes. Son esas personas que nos enseñan a cruzar. Las personas puentes son un riesgo muy grande que corremos, porque al atravesarlas existe una adrenalina tan grande que nuestro corazón corre el riesgo de enamorarse. Pero las personas puentes no aman. Las personas puentes son un suspiro, un abrazo, un beso, una noche de entrega y de pasión. Las personas puentes hacen bien porque las cruzamos y dejamos atrás, muy atrás lo que antes nos estaba haciendo mal. Las personas puentes tienen habilidad en sus manos para quitarnos la ropa y besarnos el cuerpo. Para recorrer con sus manos nuestros bordes y tocar sensiblemente el fuego que nos quema, que nos ardía. Las personas puentes pueden hacernos el amor sin amarnos, pueden mirar con ojos enamorados nuestros ojos tristes y besar nuestros labios con tanta pasión que borran todos los besos del pasado. Las personas puentes también merecen felicidad. Mucha felicidad.

Y finalmente, la persona. Ese monstruo oscuro con cadenas en sus brazos y risa malvada. Ese personaje endemoniado que aparece en medio de la noche debajo de nuestra cama. Ese hombre que da miedo hasta que tomamos el valor y el coraje necesario para encender la luz y le conocemos el verdadero rostro. Ese hombre con alma de niño que me está preparando la cena mientras le escribo. Ese hombre que me mira fijo y entiende que “todavía no” no significa “nunca” y que descubre detrás de mi insistente negación a amarlo un secreto: ya lo estoy amando. Ese hombre que me convierte en su mujer vaciando su alma en mis entrañas, dandome amor cuando yo no le pedia nada.

El tiempo nos enfrenta con distintos tipos de personas. Y nosotros, a veces ganamos y otras veces perdemos. Lo importante en esta batalla es el crecimiento. No importa con quién ni cómo ni cuándo. Importa la intensidad del intento. No desmoronarnos por una persona dolor, no lastimar más a nuestra persona amor. Cuidar a nuestras personas raíces siempre. Sanarnos en algún puente y volver a amar a una persona como si fuera la última, aunque acabe de llegar. Como si fuera la única, aunque haya más. Como si fuera para siempre, aunque no sepamos exactamente dónde iremos a parar…

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