Baño de tina
Te veo dormida. Yo perdí el sueño hace un tiempo y finjo dormirme cuando acaricias mis cabellos y me besas la cara, sólo para que duermas tranquila a mi lado, para que levantes despacio mi brazo y lo apoyes en tu cintura, cierres los ojos y después de un suspiro pequeño te encuentres soñando, a mi lado.
Te veo dormida, y pienso en el ritual que se repite los jueves. Me ves llegar desde la ventana de casa, y sonreís. Tu sonrisa me acaricia el alma apenas se dibuja en tu rostro. Y me alegra el día, por más insoportable que haya sido en la rutina. Me paro en frente tuyo y fundo tu sonrisa con mi boca y ahora tu sonrisa es también mi sonrisa. Y ahí está, la sustancia mágica recorriéndome una a una todas mis venas.
Con movimientos suaves me quitás la ropa. Mi amor, amo este ritual que en cámara lenta me cura las heridas del día, del día de hoy y del día de ayer. Caminamos, entre besos y risas, hasta la tina. Y en esos pocos pasos me rio por dentro pensando en cuantas palabras nuevas aprendí con vos. Se esfuman mis pensamientos cuando la veo lista, como todos los jueves. El agua limpia y ese perfume tuyo. Las burbujas que aún no explotaron del jaboncillo y la salida de baño limpia, doblada exactamente igual que el día que me lo regalaste.
Me lleva tres segundos, tal vez cuatro, ver la escena y al girar en busca de tu cuerpo ya te encuentro desnuda, con el cabello recogido y sonriendo, como si fuera la primera vez que lo hacemos. Me invitas a entrar y te invito a sentarte entre mis piernas y nos amamos, como se aman dos personas obsesivas que repiten el mismo ritual una y otra vez, felices de que todos nuestros días sean distintos, excepto los jueves. No me imagino un baño de tina con vos un lunes o un domingo. Realmente no lo imagino.
Entonces llega mi parte favorita, masajeas mi cabeza y me lavás el cabello, en completo silencio. Casi como si fueras consciente que cada vez que lo hacés lavás mi cabeza por fuera y por dentro. Y sacás de ella la suciedad, la mugre que tanto mal me hace, que tanto me lastima. Para terminar, tu boca en mi oído: “nadie te puede hacer mal ya, sólo vos”. Para agradecer, mi boca en tu boca: “nadie me puede hacer tanto bien, sólo vos”.
El ritual casi termina, secás mi cuerpo con suma delicadeza. Las primeras veces alterabas mi paciencia pero aprendí a esperar, aprendí a disfrutar en la espera. Te envuelvo en otra toalla, y nos espera la cama que sabe de nuestro ritual, que es cómplice y es amiga.
Nunca me gustaron las rutinas pero la extrañé tanto estos días. Pensé en vos y pensé en ella. Soñé con ella. La estoy esperando… pero ahora sólo falta un día.
Te veo dormida, y pienso en el ritual que se repite los jueves. Me ves llegar desde la ventana de casa, y sonreís. Tu sonrisa me acaricia el alma apenas se dibuja en tu rostro. Y me alegra el día, por más insoportable que haya sido en la rutina. Me paro en frente tuyo y fundo tu sonrisa con mi boca y ahora tu sonrisa es también mi sonrisa. Y ahí está, la sustancia mágica recorriéndome una a una todas mis venas.
Con movimientos suaves me quitás la ropa. Mi amor, amo este ritual que en cámara lenta me cura las heridas del día, del día de hoy y del día de ayer. Caminamos, entre besos y risas, hasta la tina. Y en esos pocos pasos me rio por dentro pensando en cuantas palabras nuevas aprendí con vos. Se esfuman mis pensamientos cuando la veo lista, como todos los jueves. El agua limpia y ese perfume tuyo. Las burbujas que aún no explotaron del jaboncillo y la salida de baño limpia, doblada exactamente igual que el día que me lo regalaste.
Me lleva tres segundos, tal vez cuatro, ver la escena y al girar en busca de tu cuerpo ya te encuentro desnuda, con el cabello recogido y sonriendo, como si fuera la primera vez que lo hacemos. Me invitas a entrar y te invito a sentarte entre mis piernas y nos amamos, como se aman dos personas obsesivas que repiten el mismo ritual una y otra vez, felices de que todos nuestros días sean distintos, excepto los jueves. No me imagino un baño de tina con vos un lunes o un domingo. Realmente no lo imagino.
Entonces llega mi parte favorita, masajeas mi cabeza y me lavás el cabello, en completo silencio. Casi como si fueras consciente que cada vez que lo hacés lavás mi cabeza por fuera y por dentro. Y sacás de ella la suciedad, la mugre que tanto mal me hace, que tanto me lastima. Para terminar, tu boca en mi oído: “nadie te puede hacer mal ya, sólo vos”. Para agradecer, mi boca en tu boca: “nadie me puede hacer tanto bien, sólo vos”.
El ritual casi termina, secás mi cuerpo con suma delicadeza. Las primeras veces alterabas mi paciencia pero aprendí a esperar, aprendí a disfrutar en la espera. Te envuelvo en otra toalla, y nos espera la cama que sabe de nuestro ritual, que es cómplice y es amiga.
Nunca me gustaron las rutinas pero la extrañé tanto estos días. Pensé en vos y pensé en ella. Soñé con ella. La estoy esperando… pero ahora sólo falta un día.
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