La casa soledad


-Despacio.

Giro mi torso y miro por encima de mi hombro derecho. El reflejo del foco blanco me devuelve mi imagen en un espejo sucio y viejo que cuelga de la pared. Me veo bien. Achato el rulo rebelde que escapa de mis pelos y pienso que no va a durar así, pero bueno. Lo achato igual.

-Despacio.

La casa de los padres de mi madre es oscura. Me recuerdo de niño, aburrido, sumido en la desgracia de la soledad, sin amiguitos cercanos ni vecinos con quiénes se pudiera hablar. Para mí, el peor castigo era visitar a mi abuela. No por mi abuela, claro. Sino por su casa.
Fría, con olor a viejo, a húmedo. Sucia hasta en los rincones que no se ensucian. ¿Alguna vez viste el aire sucio? En la casa de mi abuela el aire siempre está sucio, cargado de amargura y de desolación.
Paredes amarillentas y despintadas. De ellas cuelgan cuadros enormes con la figura poco amigable de mi difunto abuelo, no lo conocí porque murió antes de que yo naciera, pero según cuentan era un hombre de bien. Callado, como todos los hombres de bien.
Nunca entendí por qué abuela decidió quedarse en esa casa tan grande que la hacía parecer a ella más pequeña de lo que ya es.

-Despacio.

La casa de los padres de mi madre tiene 13 puertas. Uno en momentos de amargura suele contar, multiplicar, restar y dividir. Parece que las matemáticas es amiga del aburrimiento. ¿O no contaste nunca las baldosas que hay en el piso del baño o acaso no sabés si las celosías de las ventanas cuando las multiplicás da número par o impar? 7 escalones, entre piso, y 7 escalones más.

-Despacio.
-Pero no puedo ir más despacio, abuela.
-No hijo, despacio no. “De espacio”. Te quiero decir que estamos hechos de espacios. Algunos llenos, otros vacíos. Cuando tu abuelo se fue, el espacio éste quedó tal como lo dejó. Y yo me quedé también, despacio, vacía.
-Pero abuela….
-Yo le preguntaba a tu abuelo si me amaba, él me respondía con una metáfora: “el amor de un hombre es como la tinta de ésta birome, anda bien, anda más o menos, y un día deja de andar. Se acaba, y el hombre ya no sirve. En cambio, el amor de una mujer es como una pluma”.
-¿Y por qué no buscaste más tinta?
-Lo extraño al abuelo ¿sabés? Tanto lo extraño que me quiero ir con él. Pero no ahora, desde que se fue me quiero ir . Se fue y me quedé de espacio llena pero de amor vacía. Y el amor no siempre es bueno.

Bajamos despacio el último escalón hacia el patio, ella enganchada de mi brazo y yo cuidando ser suave para no golpearla. Un poco de aire fresco, una dosis de sol.

-¿Te puedo preguntar por qué no te fuiste con él, abuela?
-¿Y dejarle más espacios a tu mamá? Todo tiene su tiempo y aunque no lo creas pasa rápido, y pasa lento.

Nos sentamos juntos en completo silencio. Ella tomada de mi mano pierde su mirada en una flor del jardín inmenso y tan descuidado como el resto de la casa: lleno de espacio, vacío de amor. Y en el medio, nosotros, que no sabemos si estamos en el momento del tiempo que pasa rápido o del tiempo que ya pasó.

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