La hora de los muertos


Todos los días en todas las partes del mundo ocurre un hecho de grandísima importancia para nuestras existencias. Ocurre cuando no nos damos cuenta, cuando estamos dormidos o por dormir.
Justo antes del alba, tal vez unos 10 o 15 minutos antes, contrario a la lógica, la temperatura ambiente disminuye significativamente. Siempre, en verano, en invierno, no importa cuándo. Siempre la temperatura ambiente disminuye.
Disminuye porque es la vuelta del ego, el regreso de los defectos. Justo antes del alba, el zaguán de la muerte cumple su ciclo de selección y devuelve a la tierra a los muertos que todavía no debían morir. Y es durante su ingreso a este mundo que sentimos mucho frío, porque ellos traen de vuelta algo que ya no queremos. Traen todos los finales de todas las historias por escribir.
Me hice sensible a la muerte después de su partida, y durante la metempsicosis diaria todavía busco algunos perfumes mientras el zaguán permanece abierto. Cuando el alba deja de ser tal, y se transforma en un nuevo día algo me genera cosquilleos en los brazos y pienso “¿habrás vuelto? ¿En quién debería buscarte?”.
La anamnesis la tiene que traer de vuelta a mí porque tenemos pendiente la felicidad, porque tengo rosas vivas para darñe y un par de sueños inconclusos que quisiera explicar, porque siento el frío de las deudas, porque alguien las tiene que abrigar.
Amanece, cálido otra vez.

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