El envión

-¿Te caíste?
-Si, otra vez. ¿Cómo sabés?
-Por el moretón. Ése que te quedó en el pecho, ¿todavía te duele?
-Si, qué se yo. Ya va a pasar.
-Es que no me hacés caso. Te dije, te dije que tengas cuidado. Pero no me escuchás.
-¡Pero tenía el cartel! Las luces estaban encendidas, la puerta estaba abierta, había mucha gente en la fiesta, la música sonaba bien, muy bien.
-¿Y? ¿Sólo por eso tomaste el envión? ¿ves que sos?
-Vos me conocés mejor que nadie, no pienso mucho las cosas.
-¡No! No sólo no pensás las cosas, es peor que eso. Vos lo que hacés es darte cuenta que es una mala idea, una TERRIBLE idea y entonces: “Envión y a ser feliz”. Y así te va. Te estrellás…
-¡Bueno che! No me hagas reír que todavía me duele. Aparte… ¿cuántas vidas tengo en esta vida? Si no me arriesgo yo, ¿quién se arriesga por mi?
-Entonces…vos sabrás. Hacéte cargo de lo que te pasa.
-¡Claro que sí! Si yo sabía todo de antemano. Te dije que tenía el cartel: “IMPOSIBLE” en mayúsculas y con letra roja. Y que tenía la puerta abierta para mí, y para cualquiera, claro. De tanta gente en la fiesta no podía ser el único que la pase bien, ¿no?, si para eso son las fiestas. Lo que si me confundió fue la música, cuando estaba con ella todo sonaba bien, todo. Incluso mi nombre.
-¿Y? ¿Entonces qué te molesta? ¿Por qué te duele? Porque si todo estaba bien, no entiendo el punto. ¿Cómo es que te golpeaste?
-Yo mismo. Como siempre me golpeé yo mismo. Me gusta ir rápido hacia ningún lado. Escapar y no admitirlo. Sentir tanto pero no decirlo y ahí estaba yo estrellándome contra el cartel, la puerta, la gente en la fiesta, y ¡ay! ¡qué dolor! Cuando me estrellé contra su voz diciendo “no”.

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