Juego de Mesa
El tablero está sobre la mesa. También las fichas, las cartas y los dados.
Tus colores no son los míos. Yo soy rojo; a
vos, la verdad, te da lo mismo.
Piedra, papel o tijera para empezar. Yo papel, y vos de
piedra. Estamos los dos en el punto de partida. Sacudo mis dados y los lanzo hacia el cielo como si fueran monedas de suerte decisiva, pero uno se cae al
suelo, entonces tiro de nuevo. Cinco. Avanzo cinco casilleros, mi ficha ya está en su
lugar. Así comienza el juego.
Entonces tu turno, tu tiempo. Tus ganas, tus besos. Avanzás,
yo no me detengo. Seguimos jugando, lanzo mis dados. Avanzo yo, vos retrocedés de
nuevo.
Decís: -Quiero terminar el juego.
Respondo: -Es que vas perdiendo.
Seguimos, sin ganas. Se estropearon algunos casilleros. El
tablero está dañado, algunas
indicaciones se nos borraron y ya no nos
entendemos. Hacés un trago, le das suspenso al juego. Y de nuevo: tu turno, tu
tiempo. Mis ganas, sin besos.
-Se me hizo tarde.
-Como siempre.
-¿Y si jugamos de nuevo?
-Te pusiste pretensiosa, y a mí me cansó esta historia.
Por eso fue que suspendimos los puntos. Te enojaste y
lanzaste las anotaciones al viento. Volvimos a cero. Otra vez, al principio del
tablero. A vos te gusta tanto jugar pero resulta que yo siempre pierdo.
Aún sabiendo esto, me convencés de nuevo. Los dados
alborotados en tus manos, mis fuertes deseos internos de que ésta vez no hagas trampa pero vos no sabés perder, ni
empatar, ni llegar a tiempo.
- ¿Por qué te gustará tanto este juego perverso? Es preciso
sincerarnos y admitir que no seguís el reglamento.
-Uno puede adaptar las reglas, Jimena. Es sólo un juego.
Y así fue como, poco a poco, me convertiste en el tablero,
en tus dados, y en tus casilleros. Me hiciste ser ficha, avances y retrocesos.
Fui tu golpe de suerte, el turno que saltaste y las reglas que no cumpliste. Pero no te diste cuenta, tu tiempo se nos acabó y ya no hay más
turnos, ni premios ni prendas. Es que al
poner la última ficha en su lugar perdimos los dos. Perdiste el juego y yo te
perdí a vos,
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