Sazonar
Me di cuenta que algunas cosas estaban andando mal. Me di cuenta ayer, cuando me preparé mi café de todos los días y en mi ritual cargado de puntualidad encontré el atraso de unas horas. Pero terminé de confirmarlo cuando en el primer sorbo en vez de azúcar, mi café estaba cargado de sal. Deberías tomarlo amargo, pensé. Como antes. Pero los años nos ablandan y aflojan la exquisitez del paladar. Tomé la sección “Policiales” y sólo leí los títulos. En realidad, aunque suene absurdo, no me interesan las noticias. Pero me parece bien fingir que sí, aunque nadie me esté observando. Aunque esté tan solo, en mi cocina.
“LE AVISÓ CON UN WHATSAP QUE LA IBA A MATAR”. Extraña forma de titular una muerte, ¿no? Extraña forma de titular, en realidad, lo que sea. Dos sorbitos cortos y mi café se vio aniquilado, dejando en la taza blanca manchas agonizantes color marrón. Manchas que pedían auxilio, que pedían ayuda, que pedían de un modo disparatado por favor algo de piedad.
En esta época ya nadie toca el timbre, mucho menos se tocan los corazones. Nos parece más apropiado el llegar en modo silencio o en modo vibración. Ya nadie acostumbra a unir las palmas con el inequívoco sonido de los aplausos pidiendo atención. Ése golpecito en la puerta con un toc toc de nudillos fuertes y bien acostumbrados quedó allá en el olvido de algunos viejos más viejos que yo. ¡Qué épocas aquellas en el que llegar podía ser una sorpresa! Ahora, nos esperan. Nos saben yendo, llegando, afuera.
Inventamos en esta era un encuentro anticipado mediante la tecnología tan aparatosa y ni de casualidad se usa el “pasaba por aquí y pensé en saludar, verte, saber cómo estás”.
Pero retomando, ayer me di cuenta que algo iba mal. Vos dijiste que sí y eso entendí. Al sazonar mi café diario pensaba en eso, para mí la buena noticia siempre fuiste vos. Porque cuando te conocí sonaba esa canción tan pintoresca de Fito, y qué se yo, para mí lo nuestro fue amor a primera melodía, en sol mayor. Pero es absurdo creer que fue mutuo. Yo te conocí sonriéndole a un tipo grosero, que te trató mal delante de sus amigos. Te vi acariciarle la mejilla cuando él se corría mezquinamente. Te vi desapareciendo poco a poco en la banca mientras él te ignoraba fumando mentolados baratos. Y qué cosa extraña… yo supe recién ayer que lo de hace dos noches iba a terminar tan mal.
En mi sombra tan cómoda sintonicé con tu vista, te pedí sin palabras que te vayas. Agachaste la cara, te escondiste en tu bufanda. No hablamos nunca pero mi mensaje fue claro. Te rogué que te fueras, que si lo hacías posiblemente en otra situación, en otro momento, en otra vida podríamos, tal vez, coincidir y ya no tan incómodos por un mal parido que te vio mirándome y te golpeó sin vergüenza alguna.
Te hablo quizás como si fueras a escucharme. Y te leo en las noticias como si fueras a revivir. Tu fotografía refleja a la perfección tus ojos dulces. A él, en cambio, le cubrieron el rostro y la identidad, como perdonándole el honor, como dándole una segunda oportunidad que nosotros no vamos a tener, nunca. Huiste esa noche como un acto sinónimo de libertad y te encontró la muerte, en tu casa, de la mano de ése asesino justo después que te avisó que te iba a matar.
“LE AVISÓ CON UN WHATSAP QUE LA IBA A MATAR”. Extraña forma de titular una muerte, ¿no? Extraña forma de titular, en realidad, lo que sea. Dos sorbitos cortos y mi café se vio aniquilado, dejando en la taza blanca manchas agonizantes color marrón. Manchas que pedían auxilio, que pedían ayuda, que pedían de un modo disparatado por favor algo de piedad.
En esta época ya nadie toca el timbre, mucho menos se tocan los corazones. Nos parece más apropiado el llegar en modo silencio o en modo vibración. Ya nadie acostumbra a unir las palmas con el inequívoco sonido de los aplausos pidiendo atención. Ése golpecito en la puerta con un toc toc de nudillos fuertes y bien acostumbrados quedó allá en el olvido de algunos viejos más viejos que yo. ¡Qué épocas aquellas en el que llegar podía ser una sorpresa! Ahora, nos esperan. Nos saben yendo, llegando, afuera.
Inventamos en esta era un encuentro anticipado mediante la tecnología tan aparatosa y ni de casualidad se usa el “pasaba por aquí y pensé en saludar, verte, saber cómo estás”.
Pero retomando, ayer me di cuenta que algo iba mal. Vos dijiste que sí y eso entendí. Al sazonar mi café diario pensaba en eso, para mí la buena noticia siempre fuiste vos. Porque cuando te conocí sonaba esa canción tan pintoresca de Fito, y qué se yo, para mí lo nuestro fue amor a primera melodía, en sol mayor. Pero es absurdo creer que fue mutuo. Yo te conocí sonriéndole a un tipo grosero, que te trató mal delante de sus amigos. Te vi acariciarle la mejilla cuando él se corría mezquinamente. Te vi desapareciendo poco a poco en la banca mientras él te ignoraba fumando mentolados baratos. Y qué cosa extraña… yo supe recién ayer que lo de hace dos noches iba a terminar tan mal.
En mi sombra tan cómoda sintonicé con tu vista, te pedí sin palabras que te vayas. Agachaste la cara, te escondiste en tu bufanda. No hablamos nunca pero mi mensaje fue claro. Te rogué que te fueras, que si lo hacías posiblemente en otra situación, en otro momento, en otra vida podríamos, tal vez, coincidir y ya no tan incómodos por un mal parido que te vio mirándome y te golpeó sin vergüenza alguna.
Te hablo quizás como si fueras a escucharme. Y te leo en las noticias como si fueras a revivir. Tu fotografía refleja a la perfección tus ojos dulces. A él, en cambio, le cubrieron el rostro y la identidad, como perdonándole el honor, como dándole una segunda oportunidad que nosotros no vamos a tener, nunca. Huiste esa noche como un acto sinónimo de libertad y te encontró la muerte, en tu casa, de la mano de ése asesino justo después que te avisó que te iba a matar.
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