El misterioso camino a Marte
-¡Oiga usted!
-¿Yo?
-¡Si! ¡Usted! La de los ojos tristes.
-¿Qué? ¿Acaso yo tengo los ojos tristes?
-Sì, hay una canción azul arriba del árbol que cuelga de las Tres Marías. ¿la conoce?
-No, no. No tengo la más pálida sensación.
-¿Pero cómo? ¿Usted no viene de Marte, acaso?
-No. Siempre he sido.
-A mi me parece que usted viene de Marte
.
-Le digo que no. Siempre he sido.
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-Le digo que no. Siempre he sido.
-¿Me permitiría, entonces, tocarle el cabello? Porque acá, todos los lados son pocos.
-Si, claro.- agacha su cabeza y le facilita los cabellos sueltos. – No soy de Marte, ¿vio? Siempre he sido.
-¿Y no le dijeron nunca alguna vez que tiene los ojos tristes?
-¿A usted le dijeron, alguna vez siempre, que sus dedos son de seda?
-¡Vaya! ¡Qué afirmación más confusa porque yo dedos no tengo. De donde vengo nunca he sido.
-¿Cómo es posible eso? ¿Puedo apoyarle mis labios en su boca? Es que me inquieta la velocidad en la que mueven para hablar. ¿Ustedes besan? ¿Usted sabe lo que es el amor? ¿Conoce Marte? ¿Usted ha ido? ¿Conoce el camino a amarte?
-¿Cómo? ¿Un “be” qué? No fui a Marte, pero este es el camino.
-Un be... so- y le apoya los labios húmedos en sus labios secos.
Irrumpe entonces el silencio. Siempre habían sido pero por dentro. Esa canción no es más que un terreno. No es de Marte ella. Siempre habían sido ajenos, pero todos los lados son uno si entre ellos hay besos
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