La alfombra de bouclé


Estuvimos cerca, otra vez. Nuestros pies compartieron la alfombra de bouclé estructurado de color cobrizo. Arriba del modular se sostuvo, como siempre, el movimiento físico y constante de un péndulo de Newton al compás de un tic tic tic tic tic tic imparable e infinito. En la pared que daba a  mi espalda permaneció ése estupendo cuadro de Le Parc realizado bajo la técnica poichoir que me provocó la habitual alucinación de estar dentro de una fantasía artística mezcla de postmodernismo y el pasado de los sueños vulnerados. Durante los 45 minutos sostuve entre mis brazos el libro cerrado, las llaves del auto y el viejo monedero colorado que me obsequiaran en razón de mi último cumpleaños número 56.
El lenciado Cendric tiene una particularidad: no habla. Nunca habla. Particularidad especialmente traumática  considerando su profesión, él es mi terapeuta. A mi me gusta tomar asiento en la alfombra, siento la libertad de hacerlo y lo hago siempre. En cambio él, suele usar el diván de Freud como su espacio de ilusorio descanso mientras me escucha hablar. Nos une, claro, la alfombra que comparten nuestros pies.
No es curioso que de todos los impacientes que tuvo el lenciado Cendric, he sido hasta hoy el único que duró tanto tiempo. Esto se debe, posiblemente, por la intriga que me genera saber que no sé nada él. Pero el lenciado Cendric no sabe algo, además de ser mi terapeuta él es mi experimento. Sucede que el lenciado tiene en el cajón derecho de su escritorio todas las palabras que nunca dijo. Yo las he visto en algunas oportunidades. Por ejemplo, hace unas sesiones atrás tropecé en un llanto desconsolado y él, para secar mis lágrimas, abrió ése cajón. Allí guarda los pañuelos, justo debajo de las palabras calladas.
Supuse entonces que, de un modo misterioso, están allí las respuestas a todas las preguntas que me atreví a hacerle a lo largo de estos años. Respuestas que él nunca jamás hace presentes, sin embargo yo encontré el modo apropiado de aprender las lecciones a través de un juego. Ambos sintonizamos el tiempo a partir del péndulo, y en cada sesión encuentro nuevos objetos de arte que antes no estaban dentro del consultorio. Por ejemplo hoy, lo novedoso fue una escultura que colocó en el piso. Se trata de una típica escultura de cerámica con la forma de la cabeza de un Buda que tiene los ojos y la boca cerrados. Pensé entonces que debía reflexionar sobre la última discusión que mantuve con mi ex pareja la semana pasada y que mencioné en nuestro encuentro del martes. Creí de un modo abstracto que no tengo ya mi corazón ni mis manos, ni mi cuerpo, que finalmente ha reinado la razón y que es hora de callarme y alejarme de las discusiones. Al tiempo que le confesé esta deducción al Lenciado, el anotó en un bloc de notas unos garabatos indefinidos que nunca se acercaron a ser palabras, porque el Lenciado es celoso de ellas. Pero asintió con su cabeza a través de un gesto típico de comprensión.
El Lenciado Cendric estuvo siempre más atento a lo que no digo que a mis comentarios. Creo que el Lenciado Cendric tiene una novedosa técnica de trabajo.  Y por eso hoy, le traje de regalo el libro que tengo en mis brazos. Desconozco si en nuestra relación impaciente-lenciado son permitidas las demostraciones de afecto, pero creo que él también se interesa por nuestros juegos mentales y además pienso que debe ser difícil ser abandonado por  la mayoría de sus impacientes. En cambio yo, estimo que aunque no lo diga las palabras que niega compartir no son sórdidas, más bien están plagadas de cautela. Y que al igual que el péndulo, todo es una cuestión energética.
Este libro, que ya no es mío y ahora es de él ,está vacío. Todas las páginas están en blanco, todas. El juego de nuestra sesión será victorioso si logro que tome, aunque sea, unas pocas palabras del cajón derecho de su escritorio  y las coloque con suma delicadeza en este obsequio de cartón que es para los dos, porque hay palabras que duelen cuando se callan,  otras que duelen cuando se dicen. Pero el dolor por más doloroso que sea es una señal de estar vivos.
Estuvimos cerca, otra vez. Nuestros pies compartieron la alfombra de bouclé estructurado de color cobrizo.


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