Un paso hacia atrás
Van tomados de
la mano jugando con las huellas húmedas que dejan sus pies en la suave arena de
la playa sur de Utopía. Ríen fuerte y bromean. La felicidad es ése preciso
momento en el que cruzan las miradas y sienten adentro suyo un golpe fuerte y
seco de amor. Como una ola gigantesca que los envuelve y los hace uno, que les
quita el aire, que no les permite respirar. Que los ahoga y los encuentra nuevamente
abrazados, entrelazando almas.
En su diálogo
hay planes, sueños, ideas. Todos conjugados en un valor de tiempo incierto,
indefinido, abstracto pero fuertemente esperanzador. Tienen en sus labios ese
sentimiento mutuo de “para siempre” como si “siempre” fuera a existir en algún
momento.
Una luna llena
hace equilibrio sobre sus cabezas e ilumina gentilmente las barcas que
reposan sobre el mar. Es la hora de la
marea alta y las olas se vuelven violentas entre ellas, como agitando una
bronca contenida a lo largo del día, como si supieran que ahí dentro suyo se
rompe algo más que su propia esencia. Pero los bobos enamorados sienten todo
tranquilo, todo pacifico, es que la revolución la llevan ellos, mientras se
aman. Pero la persistente gravedad los devuelve a la realidad cuando una
sorpresiva ola choca con una ola distraída y provocan un caos energético. Entonces,
del susto, se sueltan las manos y retroceden un paso. No quieren mojarse.
En ése paso
molecular, una estrella fugaz encandila la noche. Y la absurda estrella de mar
toma demasiado oxígeno decidida a admirarla, pero se muere en el heroico intento.
Él, en cambio, se pone de pie y sacude la arena de la ropa. Se le cae el anillo
de compromiso que se pierde entre los caracoles coloridos dispersos a sus pies.
Inesperadamente,
la lluvia de primavera comienza a caer. Dura lo que dura un suspiro pero su
intensidad moja todas sus ropas. Corre presuroso hacia el auto que dejó
estacionado atrás. Ella ya estaba de antes, aunque él no lo sabía. Como si “antes”
quizás existiera.
Deciden juntos el camino de regreso, toman la ruta del pasado
pluscuamperfecto y se recriminan disimuladamente los abrigos que no trajeron. El
cansancio les pide por favor que detengan la marcha y descansen. El nuevo día
se aproxima por la ventana del este
silbando una canción de amor y ellos vencidos por el frío se arropan entre sus
brazos suplicando calor humano. Se duermen.
Abren los ojos, están sentados sobre las
raíces de un lapacho rosado, con suaves brisas de aire fresco disfrutan el
atardecer de un septiembre de milagros.
Ambos miran al cielo, allí donde se están perdiendo los últimos rayos rojizos
de un sol ardiente detrás de unas montañas bajas que reciben gustosas su calor.
Ella apoya su cabeza en su pecho. Él le da un beso en la cabeza. Se lo dice.
“Te quiero”.
-Siempre es
bueno tener unos besos donde empezar el día y unos abrazos donde terminarlos.
-“Siempre” es
una palabra audaz-afirma, severo.
-Decime, ¿vos
tenés o no tenés corazón? .
-Vos sentís los
latidos. Estás apoyada sobre él en estos momentos.
-“Siempre” dura
cada uno de esos latidos- dice mientras le acaricia el pecho.
Entonces él, con
un sólo dedo le recorre el brazo izquierdo, pasea también por su hombro. Escala
lentamente el cuello y hace unos giros alrededor de su oreja. Apoya la mano
completa detrás de su cabeza y se lo recuerda. “Sos hermosa”.
-Yo te adoro a
vos, ¿sabés? Te adoro tanto que me animo a decirte que te amo. No me importa lo
que vos pienses.
-El amor es un
sentimiento audaz. Una palabra grande, inmensa.
-Y vos rebuscás
todo. ¿Qué querés que te diga? Te estoy diciendo la verdad.
-Bueno, el amor
no pasa de un día para el otro.
-Vos no estás
dentro de mí. No sabés.
Entonces ella
levanta el brazo derecho y le revuelve los pelos. Le acaricia sin darse cuenta
el alma rota que carga -a pedazos- en una bolsa transparente escondida dentro
su cabeza. Saben los dos que la verdadera revolución es el amor. Ya lo sabían
de antes, es cierto. Pero ahora, además, lo sienten.
Cierran los
ojos. Descansan otro momento pero el intrépido viento zonda, la tierra, el ataque
de tos, el dolor de cabeza los despiertan como una alarma mal configurada un
domingo por la mañana víspera de feriado.
El árbol ahora está seco, sin hojas, sin flores, con las raíces en la
cabeza, con las ideas dadas vuelta. No es de día, ni es de noche. No es la hora
del oxigeno, no puede ver, ni siquiera respirar. Se está incendiando el
pastizal de la montaña baja, los animales huyen porque sólo les queda huir. Entonces
huye también. Hacia atrás, para salvarse. Pero el humo no le permita una visibilidad
segura y cae dentro de un hoyo profundo. Se golpea fuerte la cabeza y pierde el
conocimiento. Abre los ojos y pide auxilio. Pero su voz no se escucha. Está atrapado
bajo las colchas de su novia y no puede hablar porque su lengua está perdida
practicando sexo oral, besando los labios más dulces del universo, sintiendo
placer con los gemidos ajenos.
Se abrazan para
confirmar la pertenencia. Se saben propios mutuamente, y están enloquecidos de
amor. Se ríen mientras miran la ropa interior completamente destruida por la
urgencia de amarse. Como si el tiempo se les acabara, como si ya supieran el
final.
La magia se
rompe con el timbre del celular. Entra un mensaje y lo lee en voz alta:
-¿Por qué me
mirará así la gente? ¿Sabrán que voy caminando sin ropa interior?
-No amor. Te
miran porque sos hermosa. Y al resto de los humanos sólo nos queda mirar.
Se tensa
nuevamente el hilo del tiempo, y afloja con el frío del invierno. Comen rico, y
beben vinos.
Ella le habla en un idioma extranjero que no entiende pero qué
importa el significado si sólo le gusta el tono de su voz.
-¿Me querés?
-Te quiero.
Se entregan al
sueño una vez más y la hora maldita interrumpe la calma.
-Tengo que ir a
trabajar.
-Quedáte un rato
más-y juega con sus cabellos.
Se duermen –estúpidamente-
de nuevo. Los encuentra el carnaval. Se pintaron los rostros, se ocultaron en
dicha. Jugaron a ser niños y cantaron otra vez. Les brilla el alma, la hora y
el corazón. Se elijen como febrero elije al carnaval. Se quieren como una copla
ama a la cantora de paz. Se miran y son el diablo que quieren acompañar. Atrás,
el desentierro. Es hora de salir de acá.
Mira nervioso la
hora. Son las 7 y a las 7 tenía que estar en el lugar de encuentro. Otra vez el
alcohol le jugó una mala pasada, una broma de mal gusto. Se viste, corre.
-Perdón por la
demora.
-Sí, ya nos estábamos
por ir. Subí. Ellos son mis amigos.
-Hola, que linda
que sos.
El sol le
encandila los ojos. Los cierra. Ya no se quiere despertar. Quiere un tiempo
verbal distinto. Un futuro simple, como si el futuro existiera. Como si lo
simple fuera a ser real.
-Veni, habláme
de la seguridad de tus miedos.
-No. Yo me voy.
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