Mala Suerte

Se apoya en el mostrador con la seguridad que carece. Hojea unos papeles, mira el reloj pero no sabe la hora. El tiempo nunca se detiene.
-¿Cómo estás?
Silban a lo lejos. Gira, es costumbre suya creer que hay otro que siempre está llamando. Por detrás de su hombro izquierdo no hay una imagen, sino cien, miles, sin fines de imágenes abstractas que ahora le resultan desconocidas. Y cuando gira, la vida gira también y por obra simpática de un destino atosigador cree sentir algo que no es suyo, que no le pertenece. Esas imágenes revisan un pasado cercano como quién revisa el resultado de la fortuna perdida en la mala suerte de los números de la quiniela de un sábado cualquiera. Entiende que perdió, porque no todos pueden ganar. Lo entiende, sin embargo aceptar no es lo mismo. Una parte suya le dice que pena, que lo veía venir, que podía pasar, que se lo merece. La otra parte, en cambio, le dice que todavía queda algo más por decir, alguna otra jugada, que hay tiempo para una chance más. Pero no… porque los aciertos son ajenos, ninguno es suyo, ninguno le toca la buena suerte. Hay 3 números más… pero no escucha. Es suya la certeza de saber que nunca va a ganar, y nadie le puede robar ése flagelo, nadie es capaz. Ésa es su seguridad, el número que siempre sale ganador es la confianza rutinaria de perder una y otra vez.
-¿Serías capáz de volverte invisible? ¿Tendrías el valor de ser cristal? Ensimismarte, provocarte, destruirte. Señalarte con un dedo y golpearte con la mano, afirmar que todo está mal, que fue tu culpa.
-Todo fue mi culpa.
-Si pudieras elegir, ¿te elegirías de nuevo? No todas las costumbres son sanas, no todas las costumbres son seguras.
-¿Qué me hiciste? No te puedo soltar.
-Te asustaron, te maldijeron, te hechizaron. Y como acto de rebeldía, decidiste romper un pacto, destruiste una promesa. El viento que todavía nos golpea te habla sobre lo que no fuimos, sobre lo que no quisiste que sea. En un sueño perverso se te apareció la imagen calcada de tu último deseo, como ése gesto tuyo tan particular para mover las muñecas antes de perfumar tus sentidos con el aroma de los vinos tintos.
Es que le dijeron que no, le hicieron creer que no. Y apoyó la moción. Y se rompió el alma sola, porque ya nadie lo hacía pero ésa es su forma de sentir. Ahora, tiene nuevamente la certeza en sus narices. Ahora que está rota puede cargar los pedazos y presumirlos, porque no cualquiera anda roto, ¿no? Su amuleto de la suerte cuelga de su cuello, la soga que le quita el aire es su collar perfecto.
-¿Qué hubiera sido de vos si te animabas a romper tus miedos, en vez de romperte a vos?
-Quiero jugarle al 13, como siempre, de cabeza.

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