La mafia negra de los medicamentos
¿Conocen la historia oculta de la mafia de los medicamentos? Seguramente no, porque la inventé hace un ratito.
Hoy ha sido un día largo, extenuante y algo abrumador. Camino a casa hice una parada técnica en la farmacia. Saco un número y me toca el “37”. Fabuloso, pensé, porque a mí me encantan los números impares. Pero cuando miré la pantalla iban atendiendo al número 31. Los que me conocen saben bien que no me gusta esperar, no podía ser perfecta ¿sí? Soy impaciente. Soy la persona más impaciente del planeta, sin embargo, tomé un lugar en las sillas vacias y me crucé de piernas a aguardar mi turno.
Husmeaba Facebook y me reía de algunos posteos, cuando entró una señora con un bebé en brazos y otro niño de la mano: Mateo. Supe de inmediato que se llamaba así porque su mamá entró gritando su nombre:
-¡Basta Mateo! ¡Basta! ¡Me tenés re cansada!
-Pero mamá – lloraba Mateo- quiero Oreo, quiero mis galletitas Oreo.
-¡Cortála Mateo! Y sentáte ahí.
¿Ahí dónde? se preguntarán ustedes. Al lado mío. Y ya se estarán imaginando mi cara. ¿Mencioné que no soy paciente? Berrinche, berrinche, berrinche. La madre iba y venía intentando calmar el llanto del bebé que cargaba en brazos, que ahora que lo pienso no era tan bebé. Y a mi lado, Mateo estaba dale que te dale con el berrinche. Hasta que su mamá, con un tono amenazante le dijo:
-Mirá Mateo, quedáte quieto y esperá. Que estamos acá por tu culpa, si me hubieras hecho caso no estarías resfriado.
-Tiene razón- sentencié
Mateo entonces me miró por primera vez a los ojos. Y le repetí con firmeza “tiene razón”.
Se quedó calladito, con algo de miedo, supongo. Es que ¿vieron que no soy muy simpática que digamos cuando llevo un mal día?, algo le sucede a mis cejas y a mi forma de mirar. Eso me dijeron. Pero me sentí culpable, porque ya demasiado tenía pobre Mateo con los gritos de su madre, para ahora bancarse el mal humor de una desconocida, así que no pude con mi genio e intervine.
-¿Te cuento un secreto, Mateo?- si algo aprendí en 12 años de mi cuasi maternidad es que la palabra “secreto” siempre capta la atención de los niños.
-¿Cómo sabés que soy Mateo?
Bajé entonces el tono de voz y me incliné cerca de él:
-Ellos me lo dijeron- y moví la cabeza como señalando hacía adelante.
-¿Quiénes?- Mira con los ojos abiertos.
-Ellos, pero ahora no los podés ver.
Mateo sigue mirando atento hacia donde yo miro, intentando ver lo que yo no veo.
-Como te decía anteriormente, tu mamá tiene razón. Si le hubieras hecho caso, no estarías resfriado, ni de mal humor. Ni ella estaría aquí nerviosa, ni vos estarías haciendo berrinche.
-¿Be..qué?
-Berrinche. Cuando seas grande y tengas hijos vas a saber qué es eso. Pero ahora te voy a contar el secreto, ¿querés? Este lugar es una mentira. Esos señores de blanco, también. Es todo una estafa, una trampa, ¿sabés lo que es una trampa?
-Si.
-Bueno, esto es una perdida de tiempo Mateo. Si vos hubieras hecho caso a mamá, esto no pasaba. Si tomabas la sopa, si te abrigabas, si dormías temprano, si te bañabas.
-No me gusta bañarme.
-Y de ahí se agarran.
-¿Quiénes?
- Los de la estafa Mateo, los que hacen la trampa. Antes, hace muchos años, no existían los médicos ni las farmacias ni los remedios. ¿Sabés por qué? Porque los chicos hacían caso. Y ahora como ya no hacen caso, se creó una corporación gigantesca en torno a esta mentira. Una empresa multinacional, de muchos dueños de muchos lados, todos enganchados en este negocio.
-¿Macri también?
-No tengo pruebas, pero yo creo que sí.
-¿Y Cristina?
-Si, Cristina también. ¿Sabés quién más?
-¿Quién?
-El ratón Pérez. ¿Escuchaste hablar de él?
Mateo me sonríe y me señala un hueco en su dentadura. Fue su forma de afirmar que efectivamente escuchó hablar del tal Pérez.
-¿Querés que te diga por qué te deja plata cuando vos le dejás un diente? Porque el ratón Pérez gana 10 veces más de lo que te deja por tu diente. Monedas te deja. Pero después el lleva tu diente al mercado de los remedios y lo vende. Tu diente, vos no sabés, pero es de leche.
-Sí que sé.
-¿Si sabés? ¿Entonces por qué se lo das a un ratón? Ése ratón entra en la mafia negra de los medicamentos, lo vende a la industria farmacéutica y pasa por un proceso no muy largo y vuelve a estos estantes que vos ves aquí en la farmacia- le señalo las cajas de leche en polvo- ¿ cuánta plata te dejó por tu último diente? ¿5, 10 pesos? ¿Sabés cuánto cuesta una caja de leche aquí? Más de 400 pesos, Mateo.
Mateo quedó hipnotizado por mi relato, gran parte del resto de los clientes también me miran atentos, supongo yo que están esperando que continúe con mi historia. Pero no saben ellos que improvisar no es uno de mis encantos. Esperar tampoco.
-Si vos le hubieras hecho caso a tu mamá, lo del resfrío no hubiera pasado. Y no estarías aquí, en el mercado negro de los remedios. Yo me tengo que ir, pero cumplí con mi misión de ponerte al tanto de lo que pasa. ¿Vos me entendiste?
-Sí. Me gusta hablar con vos porque me tratás bien.
Me levanté de mi silla, en la pantalla titilaba el número “37” pero se lo entregué a la mamá de Mateo que miró sorprendida como me iba hacia la puerta de salida.
Le sonreí a Mateo y me fui. Yo no voy a negociar con ninguna mafia.
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