Luna de otoño

Van a dar las 11 y todavía está dando vueltas alrededor del living, pensando que los finales anunciados no deberían existir. Que el mundo está cargado ya de historias vacías de contenido, que no se deberían usar las palabras si no hay nada serio para compartir.
Del otro lado del país, una muchacha de ojos marrones claros está pensando en él buscando en las historias de Instagram algún meme agradable que pueda enviarle, sólo quiere iniciar un diálogo, retomarlo.
Existe una diferencia abismal entre él y ella. El es un defensor de la lectura de libros impresos, manoseados, releídos, subrayados. Ella, en cambio, es de la generación de las pantallas. No hay en su habitación ni un solo libro. Ni uno sólo.
Al mismo tiempo se acercan a sus ventanas. Él, a la ventana del living que da al parque de la Señora de los Mares, y ella se acerca a la ventana de su cuarto que está en un séptimo piso de un departamento de Lanús.
Pese a los 1500 kilómetros de distancia que separa ambos cuerpos, ellos van a compartir el mismo regalo del universo: la luna radiante que está cargada de deseos. Ambos toman una fotografía y se las comparten, en simultáneo, a través de un mensaje de Whatsap. Sonríen entonces por la coincidencia y descubren que estaban pensándose al mismo tiempo. El se despide, le cuenta que se irá de viaje por un largo tiempo. Y le comparte uno de sus poemas, el último, le dice:
“Te regalo una luna.
La última de mis lunas.
Te la doy para que la lleves, o para que la guardes.
Es tuya por un momento, como por un momento fue mía.
Te regalo una luna,
Ésta última luna,
Como un gesto de despedida...
Como una luna incompleta que se empieza a ir,
y no vuelve de nuevo a ser la misma luna.
Te regalo mi luna...
que se quede con vos una noche,
una última noche...
Yo, en cambio, me voy menguando por este cielo oscuro...
Este cielo que nunca fue mío, que nunca fue tuyo”.
Ella sonríe una vez más, le agradece el obsequio y le desea buenas noches.
-Hasta mañana, que duermas bien. Yo voy a dormir pensando en vos, como siempre- Bloquea su celular y lo apoya sobre la mesa de luz. Cierra y abre los ojos, desbloquea apresurada el aparato y le pregunta
-¿A dónde dijiste que te vas?-
El mensaje no fue recibido. El poeta dolido padecía de una enfermedad crónica que le estaba deteriorando el sistema nervioso y perdía, con gran velocidad, su habilidad de recordar. No soportó la idea de una muerte anunciada plagada de borrosos anuncios con los recuerdos perdidos y se mató a la luz de la última luna llena que verían sus ojos.

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