Relato del relato de un sueño
Anoche tuve un
sueño. En el sueño se sucedía una cadena de situaciones que hoy, despierto,
puedo describir como maravillosas. Para afirmar esto debo, primeramente, comentar
algunos detalles que contextualicen mi apreciación, pero en este momento me hace frío, voy por un pantalón y vuelvo
.
Como
decía, en el sueño pasaron cosas que me continúan maravillando inclusive ahora
que ya no estoy soñando, ahora que parece que estoy despierto, o eso creo, eso
digo.
Resulta que a mí
me gusta escribir, por eso escribo. Aunque el “por eso” no signifique
necesariamente que todo lo que hago lo hago porque me gusta, hay cosas que hago
porque simplemente las tengo que hacer. Tanto me gusta escribir que estoy
constantemente leyendo lo que escribieron otros, la mejor forma de aprender a
escribir es leyendo. Tengo también algunos tics nerviosos, vivo conjugando verbos o haciéndome desafíos mentales. Por ejemplo, voy caminando por
la calle y si me tropiezo necesito inventar una historia referida a ello antes
de llegar a la próxima cuadra. Luego, cuando llego a casa simplemente tengo que
encender la computadora y trasladar lo que
sucedió o lo que yo creo que sucedió. Finalmente, ¿cómo podemos saber
cuál es la línea que separa los hechos de los acontecimientos?, o lo que es
todavía más difícil, cuando digo algo ¿acaso al evocarlo lo estoy creando? ¿basta
con mencionar un suceso que éste mismo empieza a correr velozmente en la
carrera del tiempo, del espacio? Puede que no sea éste tiempo ni éste espacio,
pero si digo algo lo estoy creando y su existencia se vuelve irrefutable. Ahora
mismo digo que me hace frío y vos que me escuchás lo sentís porque sabés bien qué
es el frío, pero lo sentís porque lo dije, no porque te hace frío. ¿Me escuchas? Me escuchas porque estás leyendo lo que digo.
Anoche, antes de
dormir lei a Cortázar. Cortázar me gusta porque me va induciendo
sigilosamente en un laberinto de pensamientos que nunca logro resolver, algo
así como un ejercicio práctico de la matemática moderna que intenta dilucidar
algún problema socioeconómico de la región sur de Latinoamérica a través de
encuestas. Es decir, las intenciones son siempre buenas y los resultados son
siempre malos.
En el último
texto que leí antes de dormir Julio describe una obra de arte, la describe haciendo
arte con sus palabras.
Como será de
interesante su descripción que de algún modo, que aún no logro descubrir,
codificó mi sueño y lo orientó hacia un éxito rotundo. Transformó mi sueño en
un ejercicio de escritura y eso, para mí que me gusta escribir, es una
maravilla.
Soñé con ella.
Casi un año después vuelvo a soñar con ella. Ya no me cae tan bien como antes,
supongo que porque la conozco mejor. Pero tanto en el sueño como en la vida
real disfruto a pleno el tiempo que compartimos. A veces quisiera no quererla
tanto pero bueno, la quiero. A veces quisiera que me quiera más, pero bueno,
siempre me quiere a menos.
En el sueño no
hubo una excepción a esa regla, pero dijiste unas palabras que a mí me sonaron
a magia. Dijiste “quiero escribir, quiero sacar las cosas que tengo dentro”. Te
pregunté qué es lo que llevás dentro y no dijiste nada.
En el sueño se
me ocurrió un ejercicio, te dije que para escribir primero hay que sentir.
Entonces fuimos al Museo de Arte Contemporáneo. En la sala principal un artista
porteño exponía sus últimos cuadros. Con alguna técnica hiperrealista y el uso
de múltiples colores pudimos apreciar cómo las manos del joven nos compartían
las reacciones de algunos individuos ante la soledad, a través de diferentes
perspectivas, desde varios ángulos, en situaciones diversas. Estamos todos
solos, no importa con qué colores nos pinten. Eso pensé, y te lo dije. Vos me sonreíste.
-Elegí un
cuadro, el que más te guste de todos estos cuadros.
-¿Me lo vas a
comprar?
-No, pero vas a
hacer lo que querías. Vas a escribir. Elegí uno, y sacále una foto.
Cuando llegamos
a casa te presté un lápiz y una hoja.
-Quiero que me
describas cada detalle del cuadro que elegiste.
Elegiste el
cuadro de la niña en el parque de diversiones. Ella está de espaldas y hay
muchos juegos en frente. Vos fuiste desmenuzando cada partecita del cuadro,
desde el color del coche de la montaña rusa hasta el tamaño de los zapatos de
la niña. Todo, absolutamente todo. Hiciste caso y no dejaste ningún detalle sin
mencionar. Describiste formas, colores, tamaños.
Después de haber
leído tu texto, solo me quedó afirmar con la cabeza. Miré la fotografía del
cuadro y volví los ojos a las palabras de tu descripción. Sabés que sí, hiciste
un excelente trabajo.
- ¿Entonces? ¿Eso
es todo?
-No. Ahora quiero que en esta otra hoja me
cuentes cada uno de los detalles del cuadro pero no cualquier detalle, quiero
que me cuentes los detalles que no están ahí. Quiero que mirando la fotografía de la obra me cuentes con palabras lo que no ves. Que si la niña tiene un vestido
rojo me hables del vestido azul. Que si la calesita está en movimiento vos me
hablés sobre su quietud. ¿Podrás?
Hiciste tu mejor
intento, el pedido era una mala jugada para el cerebro que está acostumbrado a
confirmar lo que ve, o al menos, eso creemos.
Esta vez el
texto fue más corto. Mucho más corto.
“En el cuadro el pintor dibujó una mujer
adulta con pelos blancos atados en un rodete, lleva puesto un traje negro y
zapatillas verdes. En frente de ella hay un bosque, un leñador y una hoguera. El
caballo que cruza el puente se está muriendo, y la gaviota que antes volaba ya
no vuela”.
Leí el texto, miré
la fotografía del cuadro. Me pareció ver a la mujer, al bosque, al caballo…
tenía los cabellos blancos, sí. El caballo se está muriendo, es cierto.
Entonces me desperté.
Mi día transcurrió con habitual normalidad, la rutina de los lunes se cumplía a
la perfección y no fue hasta recién mientras escuchaba sobre la tibieza de
algunas personas que recordé este sueño con inusual claridad. Un texto que una
escritora amiga me compartió habló de los términos medios y este sueño me lo
explicó todo. Resulta que el ejercicio de escritura en el sueño es la vida
real. Decimos, y decidimos creer en el cuento y no en los hechos. Confiamos,
con tal de estar menos rotos, en las palabras que nos dicen, en las palabras
que decimos, que inventamos, que nos inventan. Y ya no es el cuadro original,
es otro cuadro, es un cuadro nuevo. Así creemos, afirmamos, aún sabiendo que no es
verdad o lo que es peor, nos distraemos, nos confundimos, no sabemos qué es
cierto y qué no. Algo así como lo que sucedió con este texto en el que mientras
fui por un pantalón y volví sencillamente dejé de contar un sueño, dejé de
sentir frío y empecé a hablarte a vos, y mirá dónde terminamos: hablando
de mujeres con pelos blancos que se
divierten en un parque de diversiones donde el juego sos vos. ¿Viste? Podría
haber contado el sueño en ropa interior, pero no.
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