Orbe
La materia existente y por existir. El espacio y el tiempo en un tic tac al pulso de los seres vivos, en la ausencia de todos los muertos. La dolorosa inyección de un universo paralelo inequívoco. El abrazo orbitario de un sistema de ocho planetas con un deseo ardiente de colonización e independencia, más un eje imaginario de mil millones de moléculas en un mundo destinado al fracaso.
Y de los océanos y tus firmes caderas, la desigualdad implacable de un beso heredado entre la luna y el sol en un eclipse de fuego apartado por la medida de Dios. Más el perdón obligado de las cuatro direcciones del viento, suplicantes todas por algún encuentro. Encuentro cercano, del tercer tipo o algún cuarto vacío disponible para rentar y apagar los deseos reprimidos de Helena y París en una fogosa Troya, en un descampado, en un apartado, en una historia de leyendas por escribir.
Y en la fugacidad de un meteorito que insulta nuestro suelo, que pervierte a la tierra, en un chasquido confuso en medio de la arena, ahí, por el desierto te bebo. Pero la sed del alma heredada de un Alfa dormido en Omega no sucumbe con éxito al tormento de tus piernas.
Te recoge entonces y te cobija la cordillera, te acuna en un manto latinoamericano y te mece como guagüita recién despierta. Pero el llanto no es tuyo, es de las Cataratas y por eso se acostumbra tu sueño al ruido del tormento. Quizás sea hora de la copla, de algún lamento. Quizás las rocas te endurezcan el cerebro, quizás el manto de una ladera no sea tu manto.
Entonces, la rutina, el pote de azúcar, el rollo de servilletas. El sonido de una hornalla encendida, el canto de las ebulliciones del agua que enseguida se va a ir a un termo, que enseguida mojará la yerba, que enseguida será de tu cuerpo.
Y en el sin fin de comezones diarios, saluda el diarero, el bache te despierta, la mala costumbre de mirar el otro semáforo para acelerar antes de tiempo. Pero no, todo tiene su tiempo, el diarero, el agua, el bache, el semáforo, este verso, tu boca en mi boca diciéndome adiós.
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