Auto-control
Esta historia está basada en hechos reales
Como todos, cuando llegamos a este mundo llegamos sin saber hacer casi nada. Cuando yo llegué, ni siquiera supe cómo respirar.
Me obligaron a hacerlo y en esa obligación me salvaron la vida.
El primero de mis recuerdos es uno de mis favoritos. Ya lo conté antes, en uno de mis cuentos, en Lima Limón. Mi primer recuerdo es una toma de cine que registra mis movimientos en cámara lenta.
Yo tenía, tal vez y como mucho, 4 años –quizás tres-. En ese recuerdo me veo a mi misma de frente, cayendo al suelo, sintiendo el peso del aire por debajo de mis piernas. Peso frágil pero poderoso que me invitaba a levitar unos centímetros hacía el techo y caer de jeta al piso. La jeta tuvo suerte esa vez (esa vez, porque años más tarde la vida hizo justicia con ella pero dejaremos eso para otra anécdota). Como sucede en un film de categoría alta hubo –hay- en mi recuerdo un cambio de cámara: vi desde mí misma un escalón y no supe tener un acto reflejo de auxilio, simplemente entregué la cabeza al duro cemento y luzco hasta el día de hoy una cicatriz vivaz en el centro de mi frente.
Ese ha sido y sigue siendo el primero de todos mis recuerdos de toda mi vida. Me recuerdo cayendo… me recuerdo en caída libre.
Como decía, llegamos a este mundo sin saber casi nada. Entonces, nos toca hacer un tour por los jardines, por la escuela, por la secundaria.
Repasando más recuerdos: me enamoré por primera vez a los cuatro, en la salita de San Agustín de un nenito de mi edad: Santiago. Tal vez lo recuerden de otro de mis cuentos, uno de mis favoritos: “Cómo matar a un gallo”. Esa historia no prosperó, lo vi algunas clases y después dejó de ir. A esa edad no sabía preguntar,
después aprendí. Santiago, donde sea que estés y quién quiera que hoy seas sería bueno que sepas que te dediqué uno de mis cuentos más queridos. Y que me gustaría preguntar-te: ¿treinta años después será que me recuerdas?
Un tiempo más adelante, aprendí sobre la impuntualidad. Ocurrió un problema con mis papás que no llegaron a tiempo para retirarme de mi clase de arte. En esa oportunidad, no sé cuánto esperé ni tampoco sé por qué pero la maestra pensó que era buena idea dejarme en la vereda con una consigna: “no te alejés de la puerta”. Nunca más pude dedicarle algo de amor a la pintura, pero aprendí otra cosa: a ser puntual. Me había asustado tanto el mundo de la calle, la vorágine, los autos, los desconocidos, mi mirada inocente desde una vereda mal cuidada… llegué al mundo antes de tiempo pero ese día aprendí que nunca iba a hacer esperar a alguien que ame. Dicen las gemelas “las únicas veces que llegamos a horario al colegio es cuando vos nos llevás”. Escribí un poema sobre eso y uno de sus versos está tatuado en mi pierna izquierda. “Being on time is arriving on time, also is leaving on time. But if you are happy you must open parenthesis and just be happy. Enjoy the break”.
Redondeando la idea, para mí la vida se desarrolló con usual naturalidad hasta que cursé segundo grado en la primaria. Me surgieron muchas dudas y muchas inquietudes que las puedo compartir más adelante, pero me gustaría centrarme en las matemáticas. Cuando me tocó aprender sobre divisiones de dos cifras supe que con los números pares no seríamos muy buenos amigos. Sin embargo, paseo por otro recuerdo: la veo a mi mamá sentada en la mesa del comedor recordándome que cuando ella estudiaba a veces lo hacía a oscuras, que su mamá no sabía ni leer, y que yo, teniéndolo todo, no podía hacer lo único que me pedían: estudiar.
Hasta que sus palabras (benditas sean) se hicieron escofinas en mi cabeza y un buen día pensé: “yo puedo con esto”. Y también pensé “puedo con esto porque hay otros que pueden, ¿qué me falta a mi para poder? Decisión. Por eso decido que puedo dividir en dos cifras y puedo hacer de mi vida lo que yo quiera. Yo puedo con todo. Con todo”.
¿Cuántos años tenía? No sé pero no había pasado ni mi primera década en este mundo cuando había signado mi destino.
Desde chiquita supe que yo iba a poder con cualquier cosa que me proponga…. Y cuando me dijeran “esto no es para vos” yo iba a esmerarme tanto para que si lo fuera, para que fuera más mío que de nadie. Conquisté tantos mundos que no hay mapas que me alcancen, dominé tantas fieras, controlé tantos libros contables, jugué con tantas muñecas, armé tantos autos chocados… desarmé tantos sueños y construí miles de castillos.
Entonces, hoy. Hoy me pregunto, ¿es que no puedo olvidarte?.
No, mi amor. Es que no quiero olvidarte.
Decidí hacer de tu recuerdo mi mayor obra de arte. Lleva mi firma todo este dolor, que sepas que no fuiste vos. Que otra vez, soy yo aprendiendo de lo que no sé hacer y haciéndolo cada vez mejor. Que estoy decidida a triunfar inclusive en la mayor de mis derrotas.
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